Buenos Aires
A la presentación de Campillo, sí quiero en Buenos Aires no le faltó de nada. Para empezar, fue en el Bafici (Festival de Cine Independiente de Buenos Aires), sin duda el mejor festival de cine de Latinoamérica, el más cool, con más de 400 películas, decenas de miles de espectadores y unos programadores que saben detectar en festivales de todo el mundo las obras más rompedoras, extravagantes, humorísticas y profundas del panorama audiovisual. Una gozada. A ello se suma el que los cines se llenan siempre, el que los estudiantes de Buenos Aires se vuelcan con el festival, y el que la atmósfera que se logra condensa la energía portentosa de la capital argentina.
El documental se presentó en el complejo cinematográfico del mercado de Abasto, sede del festival, uno de los edificios emblemáticos de la ciudad, construido en 1934 y cuyo eclecticismo, que recuerda lo mismo la estación de Helsinki de Saarinem que la Estación Central de Nueva York, da cuenta de la fusión arquitectónica tan genial que uno se topa por todas partes en Buenos Aires.
El público recibió el documental con aplausos en las dos proyecciones que se realizaron (además de en el Mercado de Abasto, en un cine de la calle Corrientes), y siguió en ambos casos un vivo debate con el director, Andrés Rubio. El alcalde de Campillo de Ranas, Francisco Maroto, no pudo asistir a las proyecciones pero envió un mensaje grabado, que se proyectó en la pantalla, en el que saludó al público de Buenos Aires y animó a los argentinos a movilizarse hasta conseguir que Argentina sea el primer país de Suramérica que cuente con una ley de matrimonio gay. Este mensaje, de “un pequeño alcalde” español, como se autocalificó Francisco Maroto, fue recibido con una ovación entusiasta por parte del público que llenaba la sala.
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Este documental español está ubicado en una zona de conflicto, aunque todo parece resuelto por el alcalde gay Francisco Maroto, que creó un edén de la diversidad en medio de un pueblo católico montañés de 50 habitantes. Tras la ley española de casamiento, que amplió los derechos a personas LGTB, muchos alcaldes se opusieron a implementarla y Maroto se convirtió en el ejemplo de la resistencia. Así, Campillo es un pueblo chico y un paraíso grande: un exitoso registro civil de la diversidad sexual. Y Maroto, con su historia de vida, invierte ese relato del gay de pueblo chico que tiene que ir a buscar la libertad al anonimato de las grandes ciudades. Película activista inteligente basada en el carisma de este alcalde, un hombre joven con una sencillez tan confortable que no faltará quien se desespere por ir a casarse a Campillo, ¡pero con él!
Diego Trerotola (diario Página 12)
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“Yo caso”, se plantó corajudo Francisco Maroto, alcalde del pueblo español Campillo de Ranas, cuando otros intendentes (de derecha) se negaron a aplicar la ley de matrimonio homosexual, aprobada en ese país en junio de 2005. Y a partir de su decisión, esa localidad rural de 50 habitantes permanentes se convirtió en el pueblo de las bodas. “Campillo sí, quiero”, el documental dirigido por Andrés Rubio, exhibido esta semana en el Bafici (Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires), cuenta la historia de este pequeño rincón de Guadalajara, a 125 kilómetros de Madrid, al que llegan gays y lesbianas de todo el mundo a intercambiar alianzas, pulseras y confites. Ceremonias con dos ramos de novia y diálogos hilarantes (-Yo soy amiga del novio; -¿De cuál?), sazonan el relato, que incluye escenas dignas de una peli de Almodóvar (y si no tienten el diálogo entre las dos viejas vecinas), para testimoniar un modelo de convivencia basado en “una estrategia nupcial de desarrollo rural” (Rubio dixit).
Raquel Garzón (revista cultural Ñ, del diario Clarín)
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